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lunes, 26 de enero de 2015

Ylheria Alaplata. Capítulo 4 y 5.



Capítulo cuatro. El gran comienzo.


Tal vez fueron demasiados los años que ejercí de centinela. Recuerdo que en mis primeros días, una de mis superiores me dijo que no duraría ni una semana... eso fue hace casi un milenio. Las primeras patrullas eran duras y a pie, nos ponían a prueba creyendo que no duraríamos ni la mitad de lo que pensaban. Incluso habiendo sido aceptadas, miraban a las novatas con recelo y esperaban que terminasen dimitiendo.

Nuestro trabajo solía ser bastante simple, patrullar los bosques, buscar irregularidades en los mismos... No solía haber problemas mayores. Aunque en la academia, siempre nos entrenaron bajo el miedo de una segunda invasión por parte de los demonios. No se necesitan guerreras expertas para simplemente patrullar un bosque.

El batallón de centinelas al que yo estaba destinada en un principio, se dedicaba a casi cualquier cosa, pero más tarde comenzaron a distribuirnos y a organizarnos y terminé al servicio de las Cazalunas, ahora como oficial. Nuestro trabajo, gracias a Elune, no distó mucho del que realizábamos, y continuábamos patrullando los bosques, informando y siendo informadas por los guardianes del bosque y las dríades.

Los años no pasaron en vano y de vez en cuando tuvimos algún que otro encontronazo. Lo que más acechaban eran demonios exiliados, que no habían sido aniquilados durante la guerra, y esperaban pacientemente que sus ejércitos regresaran. No era fácil acabar con uno de ellos e incluso vi a muchas de las mías morir. Aquello te hace recapacitar y recordar que nuestra inmortalidad se limita sólo al paso de los años.  Si tu cabeza rueda por el suelo, mueres igual que lo hace un cordero.

Todo esto, poco a poco me endureció, o por lo menos eso me decía Thilenarion cuando nos veíamos, y dejábamos las cartas de lado.

-Te has vuelto una tipa dura, Ylheria. Tienes el duro carácter de tu hermana.-

-Y tú siempre has tenido la misma pasión que padre.-

-¿Qué tal está el pequeño?-  Le pregunté cambiando de tema.

-¿El pequeño? Por Elune, hace casi un centenar de años que no te pasas por aquí. Ya de pequeño no tiene nada.- Dijo dedicándome una leve sonrisa.

-¿Tan rápido pasa el tiempo? Creí que no tardaría tanto en volver de nuevo.-

-El bosque, Ylh. El bosque absorbe tu tiempo y no es un lugar que parezca envejecer. No digo que sea nada malo. Es más, me sorprende tu pasión por el mismo.-

-¡Tía Ylh!- Gritó el ya no tan pequeño Maleanorn, mientras entraba por la puerta de la casa, con su cargamento de leña.

-¡Pero mira quien es!- Dije dando un par de pasos, y abrazándole.

-¡No aprietes tanto, me vas a asfixiar!- dijo entre risas, mientras la leña se le caía al no tenerla bien sujeta.

-¡Cuanto has crecido! ¿Cómo lo llevas? ¿Tienes idea de lo que quieres hacer de aquí a un par de años?- Me acerqué un poco más, sólo para susurrarle algo incómodo, que le sonrojase. - ¿Ya le tienes el ojo echado a alguna chica?-

-¡Tía!- Contestó indignado Maleanorn.

-Vale, vale, ya me callo.- Dije cerrando la boca, pero dándole un suave codazo, arqueando una ceja, insinuando lo mismo.

- ¿Y tú qué, Ylh? ¿ Aún no has encontrado a nadie? - Dijo hermano, sonriendo tras oír mi pregunta.

-Puede que haya alguien... pero quien sabe. El trabajo me mantiene siempre ocupada.-

-Deberías de darte algo de tiempo. Trabajar tanto es malo.-

-Tal vez... pero mira que han pasado años, y nunca me canso.-

-Sea como sea, piénsalo. Algo de tiempo para uno mismo es esencial. Tal vez instalarte en algún lugar y no ser tan errante. -

-Sí, entiendo a dónde quieres llegar.- Comenté algo pensativa. Es verdad que el tema me preocupaba, pero rara vez pensaba en ello.

-¿Cuánto vas a estar por aquí, tía?-

-Un par de semanas, tal vez. Me requieren para ciertos asuntos por los alrededores. Algo relacionado una especie de culto y demonios de por medio. -

-¡¿Qué?!- Comentó mi sobrino algo asustado.

-Tranquilo, ni te preocupes. Sólo son rumores y no ha ocurrido nada relacionado con el tema.-

-Ten cuidado, Ylh.- Dijo mi hermano.

-Siempre lo tengo. ¿Entonces cuento con tu humilde morada para poder alojarme?- Dije con un tono refinado, algo sarcástica.

-Oh, por supuesto, señora centinela. Aunque recuerde que no es mi humilde morada. Sino nuestra humilde morada. -

A decir verdad no estaba equivocado, pues era la misma casa en la que ellos había vivido mucho tiempo atrás, sólo que siempre había que cuidar la madera y había sufrido algunos cambios leves.


-¿Señora? Por favor, llámeme señorita.- Dije riendo, mientras salía por la puerta.

-Claro, señorita. No llegue tarde, o se quedará usted sin cena.- Contestó Thil, siguiéndome el hilo de la estúpida conversación.

Salí por la puerta, y me dirigí al cuartel, a buscar algo de información. ¿De qué narices se trataría esta vez? ¿Serían sólo rumores?


Capítulo cinco. Toda una vida ocultos.




 El lugar señalado era un perímetro cerrado dentro de Frondavil. No tardé en reagrupar a la escuadra,  montamos en los Sables  y emprendimos viaje al bosque. Por el camino, no dije ni una palabra, hasta que los ánimos no dieron para más, y mis propias soldado comenzaron a preguntar.

-Capitana... - Dijo una de las más recientes en unírsenos. -¿Es verdad que vamos tras esos tipos de los rumores?-

Simplemente no contesté y seguí galopando con el Sable, tomando la delantera.

-No deberíamos de hablar de ello. Simplemente limitarnos a sus órdenes y ya está.- Corrigió Nyl, una compañera que llevaba a mi cargo ya bastantes años.

-Tienes razón, pero no puedo evitar estar nerviosa. No es como las patrullas o los entrenamientos. Esto parece ser más serio.-

-Si no quieres acompañarnos, siempre puedo relevarte de tu puesto, soldado.- Comenté, harta de tanta charla. Lo único que la novata estaba logrando era poner aún más nerviosas a las demás.

-No quería... no me refería a eso, señora. Yo sólo, sólo trataba de...-

-Es suficiente. Mantente en silencio, sígueme, obedéceme y todo irá perfectamente. Considera esta salida parte de tu formación.- Traté de no ser dura con ella, pero había veces que estas situaciones me desesperaban y más valía hacer callar a tiempo que sufrir luego las consecuencias en la moral del equipo.

Tras varias horas de marcha, llegamos al lugar del que se nos había informado. Estaba en lo más profundo del bosque, un lugar casi inaccesible. Frente a nosotros, había una inmensa cueva, que parecía abandonada, la cual tuvimos que atravesar, pues había una fuerte corriente de aire, señal de una salida al otro lado. La cueva desembocaba en un precioso claro, en el que habían varias edificaciones simples, con troncos, bastante rudimentarias.

De nuestra espalda y sin habernos percatado, bajaron cerca de cinco figuras vestidas con largas túnicas de tela, amenazantes. Iban armadas, pero no nos atacaron en ningún momento. La novata, alertada, desenfundó su arco y disparó a uno de sus integrantes.

-¡No disparéis a matar!- Grité a pleno pulmón, nada más ver lo que hizo y como se iniciaba una escaramuza.

Aunque varias de las nuestras fueron reducidas, ninguna sufrió heridas. Yo ágil con el arco, cargaba las flechas de dos en dos, tensándolo en horizontal. Cada una de las flechas iba dirigida a las respectivas rodillas de los individuos, que no lograron esquivar casi ninguna. Todos cayeron heridos, a excepción de uno, que había soltado su arma y se encontraba con las manos en alto.

-Quítate la capucha.- Le dije, muy seriamente.

-Centinelas. ¿Os han enviado a matarnos, verdad?-

-¡Que te quites la puta capucha!- Grité nuevamente, tratando de intimidar.

Cuando se la retiró, pude ver lo que ya me esperaba, por la propia apariencia. Un elfo, y el resto también lo eran, evidentemente.

-¿Qué narices hacéis aquí  y por qué lleváis una maldita venda en los ojos?-

-¿No os han contado nada sobre nosotros?-

-Empieza a cantar.-

Una ligera sonrisa se apoderó del rostro del elfo  y acto seguido bajó las manos.

-Sólo seguimos su ejemplo y nos preparamos por si vuelven.-

-¿Si vuelven quienes? ¿El ejemplo de quien?- La preguntas eran cortas y secas, buscando la intimidación.

-Por si vuelven los demonios, La Legión Ardiente. Y seguimos el ejemplo de alguien a quien vosotros odiáis.-

-Ilumíname.- En aquel momento sabía a quién se refería y ya me había dejado bastante atónita respecto a la Legión.

-Illidan Tempestira, el hermano -dijo entrecomillando con los dedos la palabra- de Malfurion.


El corazón me dio un vuelco durante unos segundos. Es verdad que los más ancianos le tenían un odio irracional, pero yo no tenía motivos para odiarle a él ni a nadie, pues era una niña cuando todo ocurrió.

-¿Y qué hacéis aquí?-

-Entrenamos. Nos preparamos... vivimos como podemos.- Su respuesta parecía sincera, a pesar de su condición.

Pensé durante varios minutos cual era la decisión más acertada para este tipo de individuos. Mi deber chocaba con mi moral, me contradecía a mí misma. El corazón me ordenaba dejarles tranquilos, y mi cabeza, capturarlos y llevarlos frente a la justicia. Los pies se me congelaron y titubeé unos segundos. ¿Qué era lo correcto?

-Escuadra, en formación. Nos vamos.-

-¡¿Qué?! ¿Señora, pero no ve que  son un peligro? ¿Se ha vuelto loca?-

-¡¿Te atreves a incumplir mis órdenes, soldado?!- Grité aún más fuerte y pegada a su cara.

-No, señora, no.-

-¡Pues moved el culo y salir del lugar! No seré yo, ni ninguna de vosotras quienes se manchen las manos con sangre de los nuestros.-

-Pero Capitana Alaplata- Dijo Nyl, acostumbrada a llamarme por mi apellido.

-No hay ''peros''. Aquí no hay nada que hacer. Si alguien quiere informar, para aprisionar a los nuestros, que lo haga. Yo informaré por desacato y os aseguro que hundiré vuestra carrera si fuera necesario.- Aunque no hablaba en serio, había que meter algún tipo de amenaza, con tal de que se cumplieran las órdenes.

-Gracias por tomar esa decisión, Capitana Alaplata.- Dijo el individuo, haciendo una leve reverencia.-

Nos fuimos del lugar y tratamos de iniciar charlas de otra temática en la vuelta, para evitar tensiones. Al final todas quedamos de acuerdo y se escribió un informe falso sobre lo ocurrido.

Años más tarde, le cedí mi puesto a Nyl,  abandoné mi cargo y mis responsabilidades. Presenté mi dimisión a la Centinelas. Ninguna se creía lo que acababa de ocurrir, Alaplata había dimitido. ¡Qué sorpresa! Decían algunas. Otras, en cambio se alegraban. La verdad es que tenía ganas de sentar cabeza, irme a un lugar apartado y vivir en tranquilidad durante un tiempo.

Aunque aceptaron mi dimisión, siempre me permitieron volver, gracias a mi historial, pero cada vez que me lo proponían, me negaba. Me dan igual los años, me da igual mi experiencia. Estaba cansada, y por fin le había hecho caso a mi hermano.


1 comentario:

  1. Lo sigo diciendo. Me encanta la parte en la que Ylh vacila a Maleanorn, y también cuando Thil le dice "señora", jajajaja.

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